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lunes, 17 de agosto de 2009

BAJO DE SANTA ROSA (AN).- Cuando el papá de Daniel Cabaza compró el campo que tenía el patio trasero en el Bajo de Santa Rosa, le dijeron que estaba loco, que allí hasta las lagartijas morían de sed y que las posibilidades de pinchar y encontrar agua eran mínimas y que si al fin la lograban sería demasiado "dura y escasa" como para que sirva. Tenían razón.
Héctor "Tito" Cabaza y su hijo gastaron lo que no tenían en 12 excavaciones sin respuesta húmeda y perdieron las vacas y las ganas de tener hacienda en este paraje a 100 kilómetros de Valcheta y a otro tanto de Lamarque.
Por eso, llama la atención que Daniel hable con tanto amor de un campo que ahora ni siquiera es suyo.
"Es mágico, cautivante", dice el director del museo de paleontología de Lamarque. Y revela que su papá -que se fue hace cinco años- eran un enamorado de los fósiles y de la ciencia y cuenta que en Bajo de Santa Rosa (mucho más allá de su campo seco) habitan bestias imposibles. Cazadores invencibles, dinos de pico de pato, peces, tortugas, boas del Cretácico e incluso monstruos de un océano extinto cuyos esqueletos alguna marejada mezcló con los huesos de animales continentales. Lo sabían los Cabaza y lo saben los paleontólogos de todo el mundo que llegan a descubrir esa magia de la que habla Daniel.
En noviembre del 2008, quince hombres y mujeres se instalaron en el bajo agreste, a pocos metros de los salitrales y de la salina de Trapalcó.
Hay allí siete casas, algunos chivitos menos y ninguna señal de comunicación a no ser un teléfono a monedas. Ni celular ni internet. Y días de 50 grados centígrados.
"Los canadienses, muy correctos, cumplían con su rutina, pero en algún momento preguntaban si siempre era así. Lo decíamos que no, que nunca hacía tanto calor, que ya iba a cambiar, pero al otro día se batía un nuevo récord", comenta Leonardo Salgado, uno de los protagonistas de la última campaña a uno de los principales yacimientos paleontológicos de la provincia de Río Negro.
Con el investigador de la Universidad Nacional del Comahue viajaron el canadiense Phil Currie -el máximo experto de dinos carnívoros del mundo- su esposa Eva, Rodolfo García, Mariela Fernández, Ariana Paulina Carabajal (Prenyi), Mariela Fernández (todos paleontólogos), y cinco geólogos canadienses. Por el museo de Lamarque fue Daniel Cabaza, su director y uno de sus mentores.
De las entrañas del Bajo de Santa Rosa -no existe un alto- asomaron los restos de un Austroraptor (pariente del velociraptor de Mongolia), un ágil y acaso malvado predador del Cretáceo Superior, de unos dos metros de largo de la punta de la boca al extremo de la cola. Austroraptor tenía potentes garras, bien curvas y filosas: para desgarrar sin contemplaciones, cual malo (muy malo) de una de las películas de Steven Spielberg. Pero eso no fue todo. Hallaron además el fémur de un hadrosaurus (dino herbívoro pico de pato), tortugas, peces y microfósiles de vertebrados. Y cáscaras y registros de nidadas de dinosaurios, la especialidad de García y de Mariela Fernández.
"Es un lugar increíble. Por la diversidad, la cantidad y la singularidad de los fósiles. No era un sitio marino pero sí había un ambiente marino muy cercano", explica Leonardo Salgado, sentado a la mesa de un bar en Cipolletti y con el viento bajo cero sintiéndose en la calle.
"Los canadienses lo comparan con Gobi, el desierto de Mongolia, aunque acá estamos más cerca de la civilización pero con el mismo calor", dice Salgado.
Sin dudas que esta vez, el hallazgo más trascendente fue el Austroraptor cabazai, el segundo terópodo de este tipo que se encuentra en la zona, luego de la excavación que en el 2002 realizaron Fernando Novas y el ya legendario "Tito" Cabaza.
Hace un par de meses, "Prenyi" Paulina Carabajal presentó la lámina de este raptor austral en el Congreso de Paleontología de Vertebrados que se realizó en San Rafael Mendoza. Y ahora en conjunto con Currie estudian los huesos de esta criatura que está identificada como un dino plumífero con garras en las patas y en las manos pero que es mucho más chico que el presentado al mundo por Fernando Novas.
"Tenemos algunos bochones para preparar, ahí hay una tibia o un fémur que nos va a permitir precisar su tamaño aunque sabemos que es más chico que el presentado por Novas", explica Prenyi por teléfono desde Lamarque.
Salgado explica que se han hecho una decena de campañas al Bajo de Santa Rosa y que la fauna fósil de la zona alimenta las investigaciones de especialistas de las más distintas ramas de la paleontología. Desde Zulma Gasparini -máxima experta en reptiles marinos- hasta estudiosos de pequeños mamíferos cretácicos hasta especialistas que se dedican exclusivamente a pequeños mamíferos.
Uno de los cerros de referencia se llama Bonaparte, por lo menos para los paleontólogos en honor a don José, uno de los máximos referentes de la paleontología argentina.
"Es un lugar maravilloso pero en verano o en primavera hay que llevar mucho protector solar, toda el agua que se pueda y también un paraguas que haga de sombrilla. Para que te des una idea, dejé mis anteojos al sol y se me derritieron los marcos", dice Prenyi.
La mujer maldice pues no han encontrado el cráneo del animal. Con su colega canadiense trabajan en el estudio de todos los cráneos de dinosaurios carnívoros donde utilizan radiografías y tomografías. Quieren saber entre otras cosas qué tamaño tenía el cerebro de estos dinosaurios, los más ágiles y sagaces cazadores del Cretácico, que estaban en franca evolución para transformarse en pájaros.
Creen que en esta particular depresión natural hay muchos optros ejemplares de Austrosaurusus. Hay secretos por revelar en Bajo de Santa Rosa.
Salgado cuenta que todavía no se explican cómo huesos de plesiosaurios (reptiles marinos de cuello largo) aparecieron con fósiles de animales terrestres. Suponen que alguna gran marejada arrastró a las bestias marinas hasta algunos lugares muy lejos de la costa.
Es así, menos vacas, en el que fue campo de los Cabaza hay un muestrario de bicharracos del Cretácico por descubrir.

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